lunes, 21 de marzo de 2011

Capítulo 5


La voz de su madre le pareció molesta, aunque en condiciones normales le habría resultado maravillosa, en esta solo parecía una alarma de despertador.
Enrique gimió mientras se estiraba y se desprendía del gordo edredón de algodón que su padre, hace ya mucho tiempo, le había fabricado con amor y esmero. Miró el reloj, las once en punto, ¿llevaba durmiendo tanto tiempo?
Intentó levantarse de su mullida cama, y le costaba bastante, pero cuando por fin lo logró, salió corriendo de su habitación para dirigirse al balcón. Cuando llegó allí, le hubiera gustado oler el salitre y ver a la hermosa princesa, pero sobre todo, volver a tener el control en su rumbo, su destino.
Bajó las escaleras lo más rápido que pudo, y cuando estuvo abajo, para su sorpresa, su padre estaba sentado en la mesa, junto a su madre y a tres señores más.
–Enrique, ven aquí, tenemos que hablarte de una cosa…–dijo su madre–
Enrique fue hacia la mesa y se sentó en una de las butacas.
–Cariño, estos señores son de la residencia infantil Sta. Bárbara –dijo su padre.– ¿Cariño? –Le había dicho cariño, eso era muy raro…
–Hola Enrique, venimos para hablarte de que tu colegio ha hecho una inspección en las familias del centro, y después de hablarlo con tus padres, creemos que lo mejor será que vengas con nosotros a Sta. Bárbara. Hay muchos niños como tú, y tenemos una gran biblioteca donde pasar los ratos, y un patio enorme donde jugar al fútbol.–dijo uno de los hombres, el más regordete.–
Enrique negó con la cabeza, ¡No! No podían alejarlo de su familia, ni de su casa, ni de sus amigos…
–Pero…–dijo él.
–Nada de quejas, haz la maleta y vete con el señor Cole, el señor Swan y el señor Pérez.
A Enrique no le quedó otra que ir a su cuarto a preparar la maleta. No, a Sta. Bárbara, esa “residencia”, él la conocía gracias a internet. Era como un internado, un lugar donde se imparten clases, así que tendría que dejar a sus amigos.
Enrique hizo la maleta, mientras lloraba y pensaba que si él fuera como Frank en “la cabalgata del otro hombre lobo” no sería lo mismo.
Bajó despacio hasta el salón, mirando cada cosa, cada detalle, por minúsculo que fuera, recordando lo que no volvería a ver en mucho tiempo. Sta. Bárbara estaba al otro lado del país.
Cuando bajó, la puerta estaba abierta y fuera había un coche esperándolo.
–Adiós cielo.–dijo su madre.
Esta le besó en la mejilla.
–¡No!, no me iré sin tener una explicación.–dijo Enrique.–
–Piensa solo que es lo mejor para ti.
Y entonces el señor Pérez le cogió de la mano y lo metió en el coche. Parecía una de las novelas policiacas que él solía leer junto a su padre en los días de lluvia.
El camino hasta la estación de tren era largo, una hora y media.
El coche no disponía de reproductor de Cd, así que Enrique se puso sus cascos y encendió su mp4.
Cuando llegaron a la estación, estuvo una hora y cuarto esperando en la pequeña e incómoda butaca de metal frio. Y luego tres horas más en el tren.
Una vez en la escuela, Enrique se dirigió a su cuarto, y conoció a su compañero de habitación.

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